Ya no sé qué pensar.
Avanzo por una paraje totalmente desolado, ni un árbol, ni una brizna de hierba acompaña mis rotos zapatos, únicamente la ceniza que lo envuelve todo. Veo la sombra de uno de los pocos carroñeros que quedan, planea y me sigue esperando que desfallezca. Comida.
Observo una casa, salgo de la antigua autopista para acercarme. Está desgastada, arrasada, quemada, únicamente aguanta en pie por el orgullo de su creador. La puerta está casi rota, no hay ventanas. Voy con cuidado y sigilo, nunca se sabe lo que puedes encontrar. No queda nada, solo escombros y algún alma invisible. Busco en el pozo, no me queda qué tragar, es un bien escaso. Está vacío como casi todos los corazones.
Continúo por la carretera, los coches ya no circulan, se pudren y oxidan varados en los arcenes de un mar de polvo. Veo algo que se me acerca velozmente. Adrenalina. Es un perro seguido por tres saqueadores. Empuñan maldad que los vacía.
Corro.
Aquellos lanzamientos; nadie sabe quien empezó. Murieron muchos, la radiación, el hambre y el sol los mataron. La guerra nuclear vació la esperanza y los corazones.
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